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Linz por la noche está muy bien. No es que sea comparable al húmedo o a la calle Varillas pero hay que admitir que tiene ambientillo. El sábado pasado salimos a dar una vuelta para cenar y tomar algo. Ya he hablado antes de los mercadillos de Navidad, pero esta vez incluyo fotos del de Linz que ponen en la plaza principal y que, aunque ya estaba medio cerrando, aún nos hubiese dado tiempo a tomarnos el último “ponche”. El famoso ponche es una mezcla de frutas, té y vino caliente que puedes encontrar en todos los mercadillos de Austria, e incluso me atrevería a decir de media Europa (con variedades en cada país). Además, también hay puestos que venden frutas recubiertas de chocolate y los “langos”, que son una especie de panes húngaros con sabor a ajo. He probado el ponche y los langos y, la verdad, tampoco es para tanto. Desde luego no hace falta que os diga que donde esté una tapa del molino verde que se quiten langos, salchichas rodeadas de beicon o ponches de frutas del bosque.
Después de darnos una vueltilla pensamos en ir a cenar. Decidimos probar suerte en un buffet chino que había en el centro de la ciudad. La camarera nos dijo que aunque ya estaban acabadas algunas cosas porque era tarde, nos prepararía más de lo que quisiéramos. Nosotros nos sentamos y antes de que nos tomasen nota de las bebidas ya teníamos platos en la mano y nos dirigíamos a cargarlos de comida. No hace falta que os cuente todo lo que pudimos comer. Y es que cuando un español sabe que por comer más no es más caro, que empiecen a temblar los buffets libres. Los camareros no dejaban de mirarnos y todavía se quedaron más asustados cuando les pedimos que hiciesen más. Creo que ha sido la vez que más he comido desde que estoy en Austria y, además, no me sentó mal.
A continuación fuimos a sentarnos un rato a un bar. Había bastante oferta pero decidimos entrar en uno con ambiente más tranquilo, ya que resultaba difícil bailar después del buffet libre. Curiosamente, aquí cuando pides un té o un café te lo traen en una bandeja como si fuese un menú, y te lo acompañan siempre de un vaso de agua y, atención, un reloj de arena en el caso del té. El primer día que me trajeron un té con un reloj de arena me quedé mirando con una cara que la camarera me preguntó si sabía para lo que era. Yo respondí que sí, ¿qué iba a hacer?. Después de pensar unos segundos deduje que era para calcular el tiempo que está en contacto el té con el agua, para que salga más o menos fuerte.
En resumen, Linz merece una visita por la noche.